viernes, 1 de agosto de 2008

Los protagonistas silenciados


La vida y el correr de los años traen aparejados consigo muchísimas cosas. Unas cuantas buenas y otras tantas malas.

En el transcurso de nuestros días, vivimos muchas experiencias extremas, cargadas de cierta excitación y adrenalina, más allá de que no lo sentimos y vivimos de esa forma, en el momento en que eso sucede.

Es notorio que a un niño le conmueve y le genera temor comenzar el liceo. Sabe que no será visto con buenos ojos por sus compañeros si sigue jugando con los autitos y a las escondidas con su hermana menor.

Al adolescente le preocupan otras cosas. Es el momento en el que comienzan a conocerse a si mismos. Sus cuerpos entran en un estado de mutación nunca antes visto; les salen vellos en el cuerpo, cambian la voz y despiertan ciertos deseos sexuales que hasta ese entonces estuvieron dormidos. Es la etapa en la que se revelan en contra de sus padres y toman decisiones sin pensar en las consecuencias. Es la etapa en la que comienzan a ver el mundo con sus propios ojos.

Esos adolescentes cuando llegan a los 16 ó 17 años deben comenzar a trazar los primeros bocetos de lo que desean para su futuro, algunos con más oportunidades que otros. Y es ahí que veo la segunda gran experiencia del ser humano, como individuo perteneciente a una sociedad, el pasaje de adolescencia a la juventud.

Muchos psicólogos hablan de la crisis de los 20, algunos lo viven después, otros antes. Pero creo que nadie escapa a ella.

Preguntas existenciales susurran en su mente casi todos los días. ¿Qué carrera sigo? Tengo que trabajar, pero ¿en qué? ¿Qué hago con mi vida? ¿Qué pasos seguir?

Es obvio que en este caso, si el joven afronta la vida solo, lejos de su familia, de la madre que le dio abrigo desde su nacimiento, de sus amigos, de su pasado, verá el futuro con temor.

La carrera ha comenzado y no le queda otra que correr, caerá una y otra vez, dudará de la carrera y los sueños suicidas se apoderarán de su mente, pero lo repiensa y corre un poco más. La carrera se vuelve tosca, confusa, gris, dolorosa y el suicidio golpea nuevamente la puerta de su mente, esta vez con planes para ejecutar la tan deseada obra. El joven, ya en este entonces, se da cuenta que la vida no es lo que parece. Se dio cuenta que el descanso y el sosiego quedó atrás, cuando se animó a irse de la casa de sus padres y afrontar el futuro por su cuenta. Sabe que ahora es él contra el mundo. Sí, tendrá herramientas para afrontar esa nueva vida – sus padres siguen de su lado, pero no mucho pueden hacer, porque saben que no es su carrera, ellos ya están corriendo las suyas y nada más pueden alentarlo a seguir – pero en los momentos de soledad y quietud, duda de su existencia, de sus creencias, de su propósito y le da la bienvenida a la oscuridad. Se acurruca en los brazos de lo no entendible y lo no prospero. Batalla en su mente contra esa misma oscuridad, pero se ve quebrado, sin fuerzas y en muchas oportunidades decidido a apagar la luz y dar el último beso antes del adiós eterno.

Todo esto no lo demuestra claramente, sino que lo proyecta en otras cosas que hacen parte de su diario vivir. Simula felicidad y alegría, pero el que lo conoce logra descifrar sus verdaderas aflicciones.

¿Acaso el joven está preparado para resistir? No, no lo está. Al igual que su carácter, se va moldeando con el correr de los años y con las experiencias que le toquen vivir.

Erra, acierta, disfruta, sufre, pero sigue corriendo, ya más lento, casi caminando, con lágrimas en los ojos, pero sigue. Mientras tanto vivencia imágenes de su infancia, que su inconsciente le trae a la mente. Recuerda momentos que hicieron de ese un niño feliz. Y eso, eso le inyecta fuerzas para seguir. Sabe que no sabe hasta donde puede llegar, pero sabe que está dispuesto a seguir hasta donde su cuerpo le resista.

Verá pasar muchas cosas en su camino, éxitos, frustraciones, casamiento, hijos, prosperidad laboral, o nada de eso. Pero ya corre con los ojos cerrados, buscando el refrigerio que lo elevará a un estado mejor, y nada mejor para lograrlo que la compañía de una persona que lo ame. Que corra junto a él, que corra de su mano y esbozándole una sonrisa al momento de mirarle a los ojos.

Ese, ese es nuestro diario correr, que un día sin que nadie nos dijera como, comenzamos a correr. Aprendiendo en el camino, muchas veces tomando decisiones y atajos que no nos favorecieron. Pero en muchas oportunidades somos capaces de aprender de los errores y somos precavidos ante nuevos atajos y nuevas decisiones.

Cada uno, que corra la carrera de la forma que más le plazca, pero que no deje de correr, no al menos hasta saber por qué corre.

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