sábado, 5 de abril de 2014

Veinte años en este tren



Recuerdo que en esta semana, pero de 1994, veía entre las hojas del diario El País de Montevideo una foto del rostro de Kurt Cobain y la noticia de su muerte. Yo tan solo tenía 11 años y aún estaba dormido musicalmente, no entendía bien quien era, pero sabía que era conocido. Durante años rastreé ese artículo nuevamente, pero jamás lo encontré.
Ocho de abril de 1995, de ese día recuerdo tres cosas. Tuve el examen de karate con el que llegué a cinturón amarillo (y ahí me quedé), pusieron TV por cable en casa y vi por primera vez el MTV Unplugged de Nirvana. En esa semana se conmemoraba un año del fallecimiento de Kurt Cobain y recordé el artículo del año anterior. Así como también ahora recuerdo la tristeza que denotaba la escenografía, las flores, las velas y como todo ello realzaba la sensación de estar en un funeral.

El año 1995 significó el año de pasaje al nuevo mundo, al mundo del adolescente. El ingreso al secundario. Los nuevos amigos. Pero principalmente la nueva música. De golpe me sentí invadido por una abrumadora cantidad de bandas, Nirvana, Black Sabbath, The Doors, Led Zeppelin, Metallica, Pearl Jam, Soundgarden y todas las que me hacía llegar mi hermano mayor o un compañero de clase. 


De a poco comencé a hacerme de la música de Nirvana. No tenía acceso a los cd's y el regrabado de cassettes era lo mío. Lo que antes eran cassettes de Michael Jackson, Laura Pausini o todas las bobadas pop que escuchaba de niño, pasó a convertirse en mi santuario del rock. La cosa llegó a tal punto de comprar el cassette original de MTV Unplugged por $20 y una caja de Marlboro ($8 en la época).

En menos de un año tenía remeras, pulseras, cadenas, revistas y cassettes de Bleach, Nevermind, Incesticide e In Utero; todo Nirvana. Mi obsesión se volvió en la tortura de mi familia.

Era un adolescente que deseaba absorber todo lo que pudiera acerca del mundo Nirvana y todo lo que ello conllevaba. Muchos recuerdos tontos vienen a mi mente, pero era un adolescente fanático, sentía que había llegado tarde y no había tiempo a perder.

De todos modos, siempre culpé a Kurt Cobain por ser triste y melancólico, pero ahora entiendo que no fue su culpa. No desearía haberme involucrado tanto en su mundo, en sus letras, en sus dolores, depresiones y tristezas. Igual, eso ayudó a forjar una personalidad, un cierto aire de culto a la música, a saber desglosar los estilos, a saber lo que a mi criterio es bueno y aceptable sin importar la opinión ajena. 


Veinte años atrás no sería capaz de discernir esto, nada más quería entender este nuevo mundo que llegaba a mí. Era mucha información y estaba dispuesto a aprehenderla, en volverme un fanático de la música y con los años esa terminó siendo mi definición de mi mismo, un fanático de la música, entre otras cosas gracias a Nirvana.